Vengo hacia tí danzando, desnuda mi alma, expuesta, cabalgando las corrientes de los vientos y las aguas, haciendo revivir a toda la naturaleza muerta. Vengo a hacer renacer la fuerza salvaje que a todos nos habita.
Danzando me desprendo, habito mi cuerpo, genero espirales de energía cruda que al cielo ofrezco. Vengo hacia tí danzando, porque sé que desnuda cabalgo mi fuerza, aquella que me sumerge en las aguas eternas y que nace en mi útero enlazado con la vida.
Danzo la vida y la alegría de mi fuerza salvaje, inapelable, que domina los tiempos y los sobrevive a todos. Aquella fuerza que hace que una mujer se alce y hable y que la hace ir aún más allá, mucho más lejos.
Hay un latido que llama a las voces de todas aquellas que son conscientes de la capacidad de parirse a sí mismas y de parir a todos los que sufren. Parir a un nuevo mundo, porque en este la transformación es posible, no es un lujo, no es algo de unos pocos, es una fuerza inconmensurable que puede transmitirse a través de las mujeres, aunque los hombres también la lleven.
Mujeres, danzad la vida, generad espirales de energía que remitan al embrión humano más allá del nacimiento, para que recuerde las fuentes eternas que desbordan amor.
Un parto tras otro, una muda tras otra, la madre naturaleza nos pare una y otra vez… nos ofrece nuevas corrientes que seguir para transformar el núcleo más profundo de la vida en nosotras.
Danza desnuda, danza para él, danza para tí, danza para el mundo, que de tu danza sagrada brota la pasión y la energía que todo lo transforma, todo lo sumerge en una luz inagotable, en el amor más incondicional y profundo de todos.
Los espíritus volverán al mar si las mujeres no paráis de danzar. Danzad la alegría de la tierra de vuestros cuerpos, danzad con los pasos infinitos y salvajes las canciones que brotan de los corazones abiertos… danzad el poder femenino que brota, que emana desde lo más profundo…
Mírame, soy bella porque mi cuerpo está hecho con la tierra, con la sangre del mar que me recorre, de las gotas que se deslizan por mi rostro sagrado inmerso en la lluvia eterna de las estrellas.
Soy la mujer de las mil formas porque no tengo límites en el amor. Como tú, soy carne y soy espíritu. Mi carne es densa, mi espíritu es ligero y los dos son sagrados. Lo denso y lo sutil forman parte del mismo eje que se vacía y se equilibra en una danza dinámica. Todo forma parte de mi fuerza salvaje y todo puede transformarse…
Me quedé desnuda ante mí misma, ante tí, ante el mundo. Me alzo y no me escondo, soy la que soy, brillo como brillo y tengo mis racimos de cosas que limpiar. Pero de cada grano tintado de púrpura, como sangre enquistada que ya no puede circular podré hacer un caldo nuevo si mis pies se ponen a bailar.
Yo danzo, yo brillo y disuelvo los cuajos que no podía disolver. Yo vuelo, yo arraigo, y del cielo y la tierra yo puedo volver. Soy carne de la tierra, alas del cielo, amor puro y fuego en el corazón, agua eterna.
Me conduzco hasta tí danzando la expresión de mi alma poblada de estrellas que, como hojas al viento, derramo sobre la tierra de mi cuerpo. Semillas que derramar a la tierra para que la luz salvaje de la sexualidad femenina ayude a cambiar lo que ya anda muerto, torcido o demasiado crecido.
Estoy desnuda, vacía de tí, vacía de mi, vacía de todo. Me desprendo de mis anhelos, me desprendo de mis ilusiones, me desprendo de todo lo que no sea carne y fuego, espíritu hecho pasión. Danzo, pateo el suelo, me desplazo bajo la luz blanca de la experiencia.
En la tierra de mi carne salvaje aúllan las lobas blancas, mis abuelas, mi clan, mi sostén. Y el sonido del aullido me da fuerza para que mis pies descalzos cabalguen los vientos y me ayuden a cruzar los territorios del amor.
Danzo como una mujer salvaje, en círculos, en espirales que se alimentan unas a otras y que nacen de mi útero y se expanden hacia el universo. Espirales con la fuerza que me das Madre, con la fuerza de tu penetración, Padre, con la vida que tengo dentro de mí, con mis renaceres continuos en el tiempo, otras vidas que alumbrar, esencia que derramar…
La danza salvaje de los tiempos acaba en silencio, en vacío. Desnuda y receptiva como un cuenco, te recibo a tí, con toda tu historia, con todos tus lamentos, tus deseos, tu sincero intento… No hay espacio, no hay tiempo. Todo se detiene menos el amor.
En la plenitud que nos llega escuchamos el silencio, se abre el vacío, y permitimos que el útero eterno de la Gran Madre nos alumbre de nuevo. Útero sagrado de la tierra fecundado por el cielo, que danza eternamente alumbrando la vida desde el amor…
Texto: Quetzal Pahtli © Todos los derechos reservados.